12 de diciembre de 2009

Guitarra, dímelo tú

Durante un par de años Aníbal iba de mochilero al noroeste: Salta, Tucumán, Jujuy, Bolivia. Además de vacaciones, para él tenía cierto sentido de viaje iniciático por su interés en la música. Como porteño que toca guitarra, quena y charango, conocer el norte, presenciar esas peñas y guitarreadas cotidianas allá, era una deuda pendiente para él.

Cuando viajó a Salta tendría unos 25 años. Estando ahí se sentía un poco intimidado por la cantidad de músicos locales que conoció. Son comunes las reuniones improvisadas en casa de cualquier vecino para cantar zambas. Y él se sentía un poco como el forastero de las películas del oeste, que tiene que demostrar lo que sabe hacer para ganar el respeto de los lugareños. No es que nadie lo hiciera sentir así, pero era su sensación.

Una noche paseaba por una calle oscura de la ciudad de Salta, con su guitarra al hombro. Sería la una de la madrugada. Le pareció escuchar un rumor de guitarreada que venía de un bar cerrado. Se acercó por curiosidad hasta la puerta. Efectivamente el lugar estaba cerrado, pero a través de los vidrios vio que adentro estaban tres tipos en una mesa, casi a oscuras, tocando y cantando, y por supuesto tomando unos vinos.
Ocurrió que uno de ellos se percató de la presencia del sigiloso espectador. Y para su sorpresa, se levantó, se acercó a la puerta y lo invitó a entrar.
- Así que llevás una guitarra... bueno, no te vas a quedar ahí mirando ¡pasá!
Con cierta timidez, entró.



Lo invitaron a sentarse con ellos, le ofrecieron un vino. A esa altura habían dejado de tocar para estudiar atentamente al visitante. Eran unos tipos curtidos, seguramente de aspecto algo rudo. Tomaban tinto y mascaban coca con bicarbonato.
Y llegó la invitación. O el desafío, mejor dicho:
- A ver chango, sacá la guitarra y cantanos algo.

Acá quiero aclarar mi punto de vista: yo jamás hubiera entrado a ese bar. En su lugar, lo primero que hubiera recordado es el cuento del tipo que se despierta en la puerta de un bar después de haber tomado vino toda la noche y piensa "¡Pucha, este vino de mierda me deja un ardor en el culo!".

Pero Aníbal había entrado con su guitarra,  y su quena (que también es riesgosa para el ardor), y ahí estaba sentado a la misma mesa de estos "gangsta-zamba", con el imperativo todavía resonando en sus oídos: "A ver chango, sacá la guitarra y cantanos algo".
Aníbal se sonrojó. Buscó una excusa vaga:
- No, jeje, gracias, toquen ustedes mejor...

Las miradas de los tipos seguían clavadas en él
- Dale chango, sacá la guitarra, cantanos algo.

No tenía pretextos. Sus opciones se resumían a huir en ese momento a toda velocidad. Desconozco si la puerta estaba cerrada. O cantar algo y esperar el veredicto. Podría ocurrir algo leve, como que le dijeran "no nene, no es así, ustedes porteños no saben nada de folclore". O bien, se me ocurre, podrían sentirse insultados por su insolencia (??) y sacar sus facones u otras armas más elaboradas, de esas que tienen una cadena terminada en una bola de hierro con clavos...

Pero volvamos a la realidad; Aníbal optó por sacar la guitarra de la funda. Rebuscó en su memoria algo que le saliera bien. Dudó un poco y finalmente arrancó con "Guitarra, dímelo tú", de Atahualpa Yupanqui.

Cuando terminó, no se animaba a levantar la vista.
Hubo un silencio. Un silencio que tal vez duró unos eternos tres segundos.
Los salteños aplaudieron.
- ¡¡Bien, muy bien!!

Aníbal respiró. Le sirvieron más vino, y continuó la guitarreada, como si fueran viejos amigos.
Para resumir, al rato Aníbal ya estaba acompañando con la quena, coros, haciendo primeras voces, etc. En las canciones que no conocía, improvisaba voces al estilo del Dúo Salteño, lo cual podría representar una osadía para alguien no iniciado en el canto folclórico. Hasta alguno de los tipos exclamó asombrado "¡Quedan bien esas voces! ¿Cómo lo hacés?".

A eso de las cinco o seis, decidieron que ya era hora de ir a dormir:
- Bueno amigo... ¡ahora hay que pechar!

Aníbal pensó "¿Pechar? ¿Qué será en este caso?". El tenía escuchado en Salta que "pechar" tenía múltiples usos: algo como "ir al frente" en cualquier circunstancia, hasta con una mujer. Hasta podría tener algén sentido sexual. Temió que finalmente no hubiera pasado la prueba. O bien, ¡que justamente tuviera que pasar última una prueba! Parecía que el destino se complicaba nuevamente.
Al salir a la calle se disipó el misterio: había que empujar la chata para que arranque. Pechar es, antes que nada, empujar.

Al despedirse, los muchachos lo invitaron con mucho entusiasmo a una peña para la noche siguiente. ¡Todo un honor para un porteño guitarrero en Salta!
Por supuesto, Superaníbal nunca fue a esa peña; siguió su viaje por el norte, conociendo nueva gente y enfrentando nuevas aventuras. Decisión muy sabia: se retiró en el punto más alto de la gloria, y tal vez hasta dejó un recuerdo que puede haberse vuelto mito en las anécdotas de otras guitarreadas nocturas.

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