30 de octubre de 2010

Por qué fui a la Plaza



Hay una porción (seguramente importante) de la clase media porteña que habla y piensa como los chicos, al menos en materia política. Tener el intelecto de un niño no es exactamente una virtud, ni siquiera una ingenuidad comprensible ni una metáfora de "el niño que todos llevamos dentro" en el sentido lúdico.

A un chico se le acepta que diga estupideces con la mayor soltura e irresponsabilidad porque se le puede explicar, guiar, enseñar, mandarlo a la escuela, o eventualmente hasta darle un chaschás en la cola.
Pero un adulto tiene derechos y obligaciones: puede y debe votar, puede comprar casas, autos, empresas, contratar asalariados, por lo tanto debe respetar las leyes e ir en cana si no las cumple.

Un niño cree que el universo es lo que ve en su casa y a lo sumo en su escuela. La diversidad es algo que se entiende y se aprende caminando hacia la adultez. Un boludo que no te conoce y te dice "¿visssste esta conchuda?" como quien te hace un guiño, presupone que vos ya pensabas lo mismo desde siempre, sin necesidad de aclarar nada, sólo porque vivís en el mismo barrio, trabajás en la misma oficina y usás ropa más o menos parecida (el imbécil no se da cuenta que en la oficina estamos obligados a vestirnos todos iguales).